En los interiores pintados de Adriana Lorente
no hay figura humana, pero la vida está ahí,
contenida en las arrugas de una almohada
o la sábana de una cama recién hecha,
en un mantel colorista, una taza de café
que no se sabe si está medio llena o medio vacía,
en una ventana que da al mar
o en dos sillas enfrentadas.
Mirando los cuadros, el espectador se contagia de esa vida
y, a su vez, da vida a lo representado con su mirada.
contenida en las arrugas de una almohada
o la sábana de una cama recién hecha,
en un mantel colorista, una taza de café
que no se sabe si está medio llena o medio vacía,
en una ventana que da al mar
o en dos sillas enfrentadas.
Mirando los cuadros, el espectador se contagia de esa vida
y, a su vez, da vida a lo representado con su mirada.
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